Ahora que ha vuelto la atención al público a la oficina, y que vuelvo a poder "hacer" mucho más que las tres semanas anteriores donde no ha habido trabajo o ha sido muy leve, he caído en la cuenta de que esa no es la parte principal de esta experiencia.
Es una parte fundamental, por supuesto, ya que la rutina que crea me da estabilidad y una base sobre la que organizar mi tiempo aquí. También le hace a uno sentirse útil, lo que no es nada desdeñable. Y lo cierto es que sí, que con mi trabajo la oficina puede atender a más personas, entre otras cosas. Por otro lado, este "hacer" me da saberes prácticos de tipo laboral y me permite también conocer la realidad de las personas migradas con las que me relaciono.
La cuestión es, que cada vez están apareciendo más oportunidades que me alejan de ese "hacer" para acercarme a un "estar". Como el retiro de silencio que hoy empiezo o la posibilidad de acompañar una itinerancia por el río Negro, realizar un curso de realidad amazónica, visitar el trabajo de la Compañía en Acre...y seguro que muchas otras posibilidades que aparecerán en el horizonte. Claro que, no podré participar en todo pero, de lo que estoy seguro es de que sin dejar de lado el trabajo en la oficina (muy positivo como ya he dicho) debo estar abierto y flexible a estas oportunidades. "Estar" para ver y escuchar, más que "hacer".
Foto prestada por Luis Miguel que con su "ir y venir" por el río, comparte fotos preciosas.
En cuanto a la semana, empezó sin atención al público puesto que el lunes llegaban las voluntarias de este año. Tenían pues, una sesión formativa. Poco movimiento en la oficina salvo para arreglar y dejar preparadas algunas cosas para el día siguiente. Por la tarde Terida y yo continuamos la tradición de los lunes y también la propia tradición venezolana. En la comunidad jesuita del padre David realizamos una "Paradura" (celebración venezolana para levantar el pesebre, concluir la Navidad y hacerle peticiones al "niño") en la que también estuvieron los padres Alex y Ronaldo así como el hermano João Luiz (los dos de la derecha, respectivamente). También se unió Arquelino a última hora.
El martes fue el día grande, la actividad volvió y la oficina se saturó, cómo no. Si bien, a medida que fuimos comunicando que la asistente social se encontraba de vacaciones y no volvería hasta mediados de febrero, gran parte del flujo se redujo (y los siguiente días disminuyó al correrse la voz de que no habían ayudas de tipo asistencial, problemática esta que ya se ha abordado en alguna entrada anterior). Aún así, hubieron momentos de no dar abasto que en cualquier caso se solventaron. Una de las personas a las que atendí, un hombre de 67 años, supuso a posteriori (el viernes antes y durante la reunión semanal) una reflexión crítica de la finalidad de nuestra acción y el mejor modo de llevarla a cabo. Porque, ¿de qué sirve hacerle un currículo a una persona que por su edad nadie va a querer contratar? Por descontado, si ella lo pide, no vas a negarle dicho servicio. Sin embargo, se hace necesario plantearse de qué forma puede adaptarse el asesoramiento ofrecido, para no quedar en una mera fábrica de "papeles mojados" que solo sirven para engrosar listas de Excel y darnos palmaditas en el pecho porque los objetivos se han cumplido. ¿Cuál es el objetivo? ¿Dar herramientas eficaces para empoderar a las personas o solo alcanzar las metas, fríos datos, que estipulan los financiadores para renovar presupuestos?
Sobre estas y otras cuestiones también reflexionaba un artículo muy interesante que Noelia tuvo buen criterio en recomendarme. Gracias cariño. Podéis leerlo pinchando aquí.
Llegaba ya el ecuador semanal y además de libre, el miércoles era festivo. Era el cumpleaños de Terida y estaba invitado. De modo que ese día lo pasé en su casa acompañándola en los preparativos y cocinando unas tortillas de patatas y pimientos rellenos que añadir a la mesa de platos árabes que ella preparó. Vino David con Mari, Yoslin y su amigo Julio, y dos vecinos de Terida. Cinco nacionalidades en total. Pasamos un rato más que agradable conversando entre otras cosas de nuestras experiencias en Brasil y las diferencias con nuestros países de origen.
El jueves volvió el trabajo a la oficina y tuvo la novedad de realizar mi primer atendimiento a una persona no venezolana. En este caso fue una familia cubana, padres e hijo (ya adulto), que llevaba dos años viviendo en Suriname (de las tres Guayanas, la "holandesa"). Eran pues, unos "desertores" cómo me comentó Terida que se conocía en Cuba a quienes migraban. Según me contaron, su historia fue un tanto rocambolesca y es que fueron a Suriname de visita y justo les pilló el inicio de la pandemia. Con vuelos cancelados y precios demasiado altos, al ver que la vida era un poco mejor que en Cuba, decidieron quedarse y no volver. No obstante, la vida en Suriname tampoco era "para echar cohetes" (difícilmente llegaban a ganar 200€ mensuales). Además de eso, contaban haber tenido muchas dificultades con el idioma (mezcla entre inglés y holandés, "ni ellos mismos se entienden") y relataban una situación de drogadicción extendida entre la población (el país no llega a medio millón de habitantes). Así que por todo ello, ahora estaban aquí. Eso sí, habían venido prácticamente "a ciegas", la única planificación había sido comprar los billetes. Por la tarde me habló Arquelino ofreciéndome pasar el fin de semana ya en las instalaciones de la casa retiro (donde trabaja) y como aún llevaba (y llevo) arrastrando el resfriado, me pareció buena idea no quedarme en casa el fin de semana. Luego, a la luz de los acontecimientos, fue mejor también por otras razones.
Llegó el viernes y como dije, tuvimos la reunión y una reflexión bastante grande. Yo salí bastante esperanzado, el equipo se vio predispuesto a cambios. A ver cómo va todo. Poco después del mediodía volvimos al local de Nohemi para celebrar (de nuevo) el cumpleaños de Terida en su piscina. Invitadas estaban muchas artesanas de la cooperativa que tienen, aunque al final no fuimos tantos. Cuesta crear lazos incluso cuando son tan necesarios. En cualquier caso, "la pasamos bien" y con tanto venezolano hablándome de su país este tiempo, les dije que me habían metido el gusanillo de ir. Aunque por ahora, no será posible. Fotos de lugar (mucho lujo con la piscina) y evento:
La mañana del sábado fue triste. Recibí la noticia (gracias a Belén a quien le agradezco mucho la comunicación de estos meses) de la muerte de Mercedes, quien para mí era mucho más que una amiga. El movimiento que siguió después hizo que no pensase tanto en el tema aunque como me dijo Mila (a quien le agradezco mucho el acompañamiento del domingo), puede ser bueno que estos días en el retiro, tenga una despedida para con ella.
Después del palo, tuve que ayudar a Terida a recoger unas donaciones. Me vino bien también contárselo, como ya le había contado ese día a mi madre y a Noelia (y el domingo a Jose Ramón quien también me ayudó). Os doy las gracias. Luego del almuerzo fuimos a por otras donaciones que al final no conseguimos. Allí me recogió Arquelino y me llevó al que será mi cuarto estos días de retiro. Al poco lo estaba acompañando a la casa donde viven los indígenas Warao que ya conocía por la actividad que hicimos antes de Navidad. Las condiciones eran pésimas, hacinados y sin seguridad en un barrio periférico en el que su vulnerabilidad destaca. Comen solo una vez al día, así que agradecieron enormemente la comida que les llevamos. Cuando digo periferia, me refiero al último extremo de la ciudad. Hasta el punto de que la propia selva se alza como frontera. Aquí puede verse la circunvalación que marca el fin de la ciudad y el inicio de la selva.
Más tarde asistí con Arquelino y João Luiz a una misa oficiada por el padre Ronaldo en el barrio de Ciudad de Dios.
A la noche, mientras hacíamos tiempo para recoger al padre que organizará los ejercicios espirituales del retiro, Arquelino me contó algunas problemáticas que se dan en el seno de las comunidades Warao. De como la dependencia del grupo para no perder la identidad acaba suponiendo un obstáculo para mejorar las condiciones de vida. De los abusos sexuales que por desgracia son tan comunes (también en la sociedad brasileña) y de la violencia institucional que los sigue, prestando más atención a la recolección de pruebas que al bienestar de la víctima.
También me habló de su niñez. Hijo de padre seringueiro y madre indígena, se crió en la selva. Allí fue testigo de la expulsión de su comunidad, por parte de los especuladores que querían obtener la tierra y establecer grandes plantaciones de monocultivo. El método era sencillo a la par que cruel. Prendían fuego a sus casas mientras dormían. Tras varios intentos y al ver que no conseguían lo que querían, pasaron directamente al asesinato. Aún recuerda los lloros de las personas más mayores de su comunidad (tras recibir la noticia de cuatro personas asesinadas en su comunidad vecina) y saber que, muy a su pesar, deberían abandonar la que había sido su casa para probar suerte en una ciudad que los acogería con el más crudo racismo. Él era un niño cuando ocurrió, no fue tan traumático, pero no olvida la angustia de ver a su familia llorando...
Uf, yo mismo me noto afectado mientras lo escribo. También porque sé que ahora Arquelino está en un barrio de esta periferia, donde por causa de las lluvias torrenciales acaban de producir varios deslicamientos. Uno de ellos ha causado la muerte de una niña atrapada en los escombros de su casa. Las desgracias en la periferia están muy presentes.
Sergio
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