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Testimonio de voluntariado

Lo cierto es que no lo había pensado, pero Noelia me lo ha propuesto y me ha parecido una magnífica idea. Así que, aprovecho que hoy es el día internacional de las personas que hacemos voluntariado para contar las que han sido mis experiencias previas en esto del voluntariado social. De esta forma, también se puede comprender mejor el recorrido que me ha traído hasta aquí. Ojalá este testimonio pueda alentar a que otras personas se involucren en voluntariados. ¡Vale la pena!


Para poner un poco en contexto mis inicios, habría que remontarse a mediados de 2016 y el cambio que estaba a punto de suceder en mi vida pues había decidido cambiar de universidad. Seguiría estudiando arqueología en Sevilla y me despediría de Barcelona. Ese último curso académico fue un poco caótico y, entre las consecuencias que acarreó, nos interesa el hecho de que perdiese la beca. Ello supuso que por vergüenza torera valorase una opción más económica de alojarme en la que sería mi nueva ciudad. Decidí incribirme en el programa universitario de alojamiento con personas mayores, personas con discapacidad y familias monoparentales (puedes pinchar en enlace para más información, diría que existe este programa en la mayoría de universidades). Que buena decisión fue. Me tocó convivir con Manuel, un hombre de 92 años con principio de Alzheimer. Debo decir que hubo momentos difíciles, especialmente al final cuando la cantidad y gravedad de los cuidados que requería sobrepasó la atención que podíamos darle la auxiliar, sus hijos y yo mismo. No obstante, algo debió prender dentro de mí porque ya a mitad de ese curso, me estaba sintiendo tan bien con el hecho de poder ayudar a Manuel que me planteé buscar un voluntariado donde realizar algo similar. 

Gracias a la oferta de voluntariados para universiarios en la US, pude contactar con la asociación Autismo Sevilla. Con ellos pasé el último semestre de ese curso, yendo los lunes por la tarde cuatro horas que se dividían en, primero una actividad de música y danza con niños y niñas con autismo, y después, un taller de cocina con jóvenes con autismo. La experiencia fue realmente buena, conocí a trabajadoras realmente capaces al timpo que me acerqué a una realidad, el transtorno de espectro autista, que no había estado en mi vida. Ese es uno de los grandes valores del voluntariado, la posibilidad de relacionarte con un mundo diverso al que puedes no haber conocido aún. 

El caso, me gustó tanto aquello que decidí formarme un poco por saber mejor de que iba al asunto. En el siguiente curso académico, ya a finales de 2017, decidí apuntarme a una formación en voluntariado que ofrecía la Fundación Cajasol. Al final de la misma, varias organizaciones presentaron sus programas. Recuerdo que me llamó mucho la atención el proyecto SoleVida (de la por aquel entonces la Fundación SARquavitae ahora DomusVi) que consistía en acompañamiento a personas con enfermedades terminales que no contaban con ningún apoyo social. Sin embargo, no pude participar porque no había en aquel momento nadie sin acompañante ya. La responsable, me redirigió a ASA (Asociación Sevillana de Asistencia) porque había una mujer mayor, Mercedes, que precisaba de alguien que pudiera hacerle un poco de compañía, ayudarla con algunos recados, etc. Cosas básicas pero que para ella, que llevaba sin salir de casa casi seis años por diversos problemas, suponía una gran diferencia en su calidad de vida. Tenía que ir una vez por semana y el tiempo lo decidíamos conjuntamente. La verdad es, que desde el primer día, hubo una conexión extraordinaria y durante aquel curso forjamos una muy buena amistad que todavía hoy dura y que ha excedido el ámbito del voluntariado. Cuando hablamos y recordamos aquellas primeras veces, siempre nos reímos porque ella era contraria a recibir un voluntario que fuera chico, ella estaba empeñada en que fuera chica, pero me tocó a mí y ambos ganamos una persona muy importante en nuestras respectivas vidas. El voluntariado a veces, tiene eso (sobre todo los voluntariados de acompañamiento), si ambas partes no están cerradas, pueden crearse lazos muy fuertes y enriquecedores.

Mientras lo de arriba sucedía, yo que era y soy un poco extraño, acabé enredado en otro voluntariado de mucha mayor implicación. Ante mis dificultades por aprender inglés, me puse a estudiar rumano. Lógico, ¿verdad? Bueno, uno gusta de las cosas gratis y las clases lo eran. Sabía de la existencia del Cuerpo Europeo de Solidaridad (de nuevo, para más información, pincha en la frase anaranjada) desde 2015 y me planteaba la opción una vez terminase la carrera (decir que, a estas alturas de la historia, ya vamos por 2018). Ahora bien, andaba un poco mosca con los voluntariados, en este caso, arqueológicos que habían ocupado mis anteriores cuatro veranos. Así que me dije, ¿por qué no hacer un voluntariado social este verano? Pensé que la oportunidad de hacerlo en Rumanía y de ese modo, mejorar mi nivel de rumano, podía ser muy intersante. Entonces, me puse manos a la obra. Prioridad, Rumanía. En caso de no poder ir allí, cualquier país que no fuera mediterráneo (por aquello de buscar un choque cultural mayor). ¿Dónde acabé? En un país mediterráneo. Aunque bueno, Grecia es lo suficientemente peculiar como para considerarlo algo más que mediterráneo. Sólo pensaba hacer un voluntariado durante los meses de verano, pero tras hablar con Vic, la voluntaria que por aquel entonces estaba en Tebas haciendo el voluntariado, quedé convencido de que ese era mi lugar. ¡Y que buena decisión! Tuve que aparcar mi último año académico porque iba a pasar desde septiembre de 2018 hasta agosto de 2019 en Grecia. El voluntariado consistía en realizar funciones de animador sociocultural en, Diakonia Agapis, una residencia para personas con enfermedades crónicas. Aquí os dejo el vídeo del evento final (no vais a entender nada pero seguro que os reís). Durante todas las mañanas de lunes a viernes, acudíamos allí (otras dos voluntarias y yo) para realizar todo tipo de actividades recreativas. En el fondo, el objetivo principal era que diéramos cariño, companía, en suma, amor a las personas que allí vivían, solas y enfermas. Necesitaría muchos párrafos para expresar lo que esa experiencia supuso para mí, el conocer a Μαρία, Ιώτα, Ξανθή, Αθανασία, Ελένη, Θεανώ, Θανάσης, Κώστας, Ιούλια, Ιανούλα y tantas otras personas que forman parte de mi corazón, memoria y vida. Basta decir, que aquel tiempo supuso que definitivamente me decidiese a abandonar cualquier deseo de dedicarme a la arqueología, para centrarme en tratar de hacer de esa pasión por trabajar con las personas, mi medio de vida. 

En Grecia también participé en otros voluntariados, al margen del que ya realizaba y he comentado. Un viernes cada dos semanas, junto con la otra voluntaria, íbamos a una actividad de respiro familiar organizada por una parroquia local en la que realizábamos diferentes manualidades con adolescentes con enfermedades psíquicas. También, pude conocer un campo de "refugiados" (la mayoría de migrantes no tenían la "suerte" de ser reconocidos como tales pues provenían de Pakistán) en el que durante cuatro meses impartí clases de español (dos tardes por semana), o al menos, intenté enseñar lo mejor que pude y supe. La realidad que conocí allí hizo que me plantease un cambio a mi vuelta a España, el interés por involucrarme también en las causas de dicho tipo de vulnerabilidad.

Volví a Sevilla para terminar la carrera, paralelamente entrar en el programa VOLPA y comenzar su formación. Grecia fue un desafío que había probado que podía plantearme metas más grandes. De manera que, en esa búsqueda por conocer mejor las realidades que se encontraban fuera de mi vida, para poder actuar de alguna forma para con ellas, la oportunidad que VOLPA me brindaba era única. Eso sí, no tiene sentido involucrarse con las fronteras externas, el Sur global y toda la parafernalia, si dejamos de lado las propias fronteras internas y la desigualdad que por supuesto, existe en España y en todos los países. Por ello, seguí con el voluntariado local. Ahora bien, tampoco hay que dejar de lado nuestro círculo cercano, familia y amigos (nosotros mismos) que es lo primero que deberíamos cuidar. Ese año estuve apoyando semanalmente la labor de Elige la Vida. Esta asociación contribuye a mejorar la vida de las personas sin hogar, personas drogodependientes, personas migrantes, familias en situaciones de vulnerabilidad ofreciéndoles ayuda de muy diversas formas. Allí, de nuevo, conocí a personas maravillosas que por desgracia no tienen la misma suerte que otros hemos podido tener. Todavía mantengo el contacto con Fran, con quien trabé muy buena relación y que justo hoy me escribía preguntándome como estoy.

Por aquel entonces era el año 2020 y andaba cerca de acabar la carrera y la formación, recibir la llamada que me dijese cual sería mi enclave...y entonces, bueno, todos sabemos lo que pasó. Conocimos mejor, estuviéramos ya acostumbrados o no, lo que supone la inestabilidad e incertidumbre. Los planes tuvieron que posponerse, en el mejor de los casos. Por mi parte, volví a Valencia. Que digo, ¡a Massarrojos! Sí, aunque viva en Moncada (algunos lo entenderán, otros siguen sin hacerlo jaja). Allí he pasado el año antes de venir aquí. Pude tener la oportunidad de trasladar ese compromiso con el voluntariado local a la capital del Turia. Durante todo el año estuve colaborando en el proyecto Rehoboth de la Asociación Natania. Un centro de acompañamiento para personas sin hogar, de baja exigencia en el que los fines de semana (el turno es de cuatro horas para los voluntarios) se ponen a disposición duchas, ropa y comida. A mitad del año, me acerqué también al Casal de la Pau para ver en que podía ayudar y me comentaron la posibilidad de hacer un acompañamiento semanal con Paco, un hombre que por su pasado en la cárcelo no contaba con muchos apoyos sociales. Lo cual, dado su difícil estado de salud, hacía que estuviera en una situación muy mejorable. Que decir de Paco, me siento muy afortunado de haberlo podido conocer y espero descanse en paz allá donde esté.


Una vez contado esto, quisiera animaros a que si vuestras circunstancias personales os lo permiten, todas aquellas personas que os habéis sentido tocadas por alguna situación que os parece injusta probéis a involucraros con alguna causa social, en la forma que creáis oportuna. En mi experiencia, el voluntariado es una forma muy positiva de canalizar esa inquietud. Y doy fé de que a algunos amigos (Jaime y Vicent) a los que les he metido el gusanillo y han probado, han sacado vivencias muy valiosas. Si a fin de cuentas es una ratillo a la semana, hombre, o incluso menos (no siempre se precisa ayuda semanalmente), ya que depende del tipo de proyecto. Además puedo asegurar que siempre se recibe más de lo que se da. Es por ello que en mi caso, aunque quiero trabajar en este campo, no pienso que eso suponga que deje de realizar voluntariados. Creo que esta forma de acercarse al Otro desde la grautidad, pone de manifiesto el valor de nuestra propia condición humana. Capaces de lo peor, pero también de lo mejor.

En definitiva, ¡feliz día del voluntariado!

Sergio


PD: el voluntariado no tiene nada de burgués, y si no que se lo digan a las mujeres, migrantes venezolanas, que conocí la semana pasada partiéndose la cara por dar de comer a otras mujeres que estaban en igual situación, viviendo en la calle. Todas las personas tenemos algo que dar.

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